No hay día en que no recibamos algo positivo de alguien, y si lo sabemos valorar estaremos agradecidos.
La gratitud es un signo de nobleza y dignidad. Y siempre tiene memoria: de la ayuda, de los favores, de las sonrisas; para que podamos corresponder de alguna manera. Con nuestras acciones lo hacemos, pero también es necesario agradecer con palabras. Es una muestra de humildad.
Constantemente hay alguien a quien agradecerle algo. No podemos pretender que todo lo que tenemos y lo que hemos logrado ha sido solamente por nuestras fuerzas, por nuestros talentos. Eso es soberbia. Debemos reconocer que ha sido gracias a la participación de mucha gente que ha influido en lo que ahora tenemos y somos.
Incluso, podemos estar agradecidos con la gente que nos ha querido dañar, porque también ella, a pesar suyo y si sabemos utilizar su agresión como la motivación para triunfar, nos habrá fortalecido, nos habrá enseñado.
El hecho de agradecer por todo, no significa que todo sea maravilloso y que la vida sea color de rosa, no. Tenemos que seguir luchando por lo que queremos, y habrá cosas desagradables, dolorosas; y podremos estar inconformes con diversas situaciones; pero si en cada una de ellas descubrimos la lección correspondiente, eso podremos agradecer.
A veces el agradecimiento es un acto de fe, de convicción; porque podemos dar gracias por cosas que aún no tenemos pero estamos seguros de recibir.
La gratitud no puede ser forzada. No podemos obligar a nadie ni ser obligados a agradecer. Debemos hacerlo porque nos nace, porque es una actitud del corazón. Claro que esto se aprende cuando entendemos que todos compartimos parte de la misma vida.
La gratitud nos une. Entre el que da y el que recibe se crea un vínculo. El que es agradecido es bien recibido.
Agradecemos en el momento en que comprendemos ese bien recibido, que a veces puede ser tiempo después. Durante muchos años pudimos habernos quejado de tener que tender nuestra cama. Y un buen día, descubrimos que fue para nosotros una buena disciplina. Hoy podemos dar gracias por ello a nuestros padres.
Si acostumbras a dar gracias por todo lo que tienes, lo que haces y lo que eres, disfrutarás más la vida y la verás de una mejor manera, con todo y sus problemas. Piensa que cada vez que agradeces a alguien es como si le lanzaras una flor. ¿Qué tan lleno de flores te gustaría ver el camino por el que atraviesas?
Del libro Hacia un mundo feliz… HOY, de Gerardo Paz